miércoles, 23 de diciembre de 2015

El Amor y las personas ligeramente deformes



Damián era un tipo, en general, bastante forro. De vez en cuando tenía la horrible necesidad de hacer sentir mal a la gente. Le nacía del centro del pecho. De acá (me señalo el centro del pecho). Lo sentía como si se tratase un bicho espantoso que le escarbaba desde adentro y que peleaba por salir con el solo propósito de picar a su víctima y después morir hecho una bola de nada en el piso del baño. Al principio a Damián le daba un poco de asquito su propia actitud y la idea del bicho horrendo, pero después de un tiempo se acostumbró y la aceptó como parte inamovible de su ser.
 Es que ese alguien- o algo- que años atrás rondaba por el patio del colegio aquel, del que luego lo habrían expulsado, le había hecho creer que era un tipo gracioso. En esas épocas siempre iba acompañado por su séquito, que estaba enteramente compuesto por gente mucho menos inteligente y creativa que él. Era de lo más común verlo pulular por el patio haciendo maldades con una estela de bobos detrás que le festejaba cada una de sus siniestras ocurrencias como si se tratase del público de una remake de una Sitcom yankee berreta con pantalla en canal 9. Y él, de alguna manera, se creía un poco el protagonista de la historia de esa escuela. Y le encantaba ese papel.
Pero ya habían pasado bastantes años de todo eso. No tenía ni idea de qué había sido de los reidores siquiera, pero él seguía igual de forro y ahora disfrutaba de recorrer las calles del barrio de Boedo haciendo sentir mal a los vecinos.
En Castro Barros y Juan de Garay había un quiosco de Flores. La chica que lo atendía, Pamela, era divina. Se decía que era dueña de una sonrisa capaz de abastecer de suministro eléctrico al barrio entero, acompañada por dos faroles verdes que a uno hasta le daba un poco de pena que tuviesen que cerrarse para pestañar. Su cuerpo, además, le hacía honor a esa cara que Dios había tenido la gracia de darle, pero tenía un pequeñísimo detalle que la separaba de la perfección: Tenía el culo doblado, ladeado para la derecha. La verdad es que de ninguna manera lograba arruinar el todo, seguía siendo hermosa,  pero ahí estaba ese culo y ella lo odiaba profundamente.
Pasaba sus días sin demasiados sobresaltos, entre rosas y margaritas, y con la radio haciéndole compañía. Pero de vez en cuando un grito rompía la calma desde la vereda de enfrente.
— ¡EH, CULO DOBLADO! —sonaba siempre seguido de un chiflido.
Y Pamela se llenaba de odio y de vergüenza. Se metía entre las flores queriendo hacerse invisible hasta que después de un rato, se le pasaba.
La situación se repetía varias veces por semana, hasta que un día ella finalmente se cansó. Lo vio venir a lo lejos y preparó el contraataque.
— ¡EH, CULO DOBLADO! —gritó Damián como era ya era costumbre.
— ¡MÁS DOBLADA TENDRÁS LA CHOTA, NENE! —le devolvió Pamela, orgullosa de sí misma.
Del otro lado de la calle Damián sintió el golpe. Directo en la boca del estómago. “¿Cómo sabe?”, se preguntó desconcertado. “¿¡Cómo mierda sabe!?”
Era realmente un tema sensible para Damián. Hace tiempo que lo tenía preocupado. A veces se soñaba a sí mismo con chicas desnudas que esperaban golosas en su cama a que él se sacara la ropa, y cuando lo hacía se reían bien fuerte y a coro. Justo ahí se despertaba todo sudado. Lo común, nada raro, pero era feo.
Decidió consultar con un profesional. No tenía obra social ni tampoco un peso partido al medio, así que se mandó sin avisar al consultorio de Raúl, un médico clínico que era amigo de su viejo.
— Hola, Raúl. Permiso… —saludó Damián asomando la cabeza por la puerta entreabierta del consultorio.
— Pasá, Dami, pasá— lo recibió y luego preguntó— ¿En qué te ayudo?
— La verdad es que me da un poco de vergüenza— le confesó hablando bajito
— ¡Pero che! ¿Hay confianza o no hay confianza? — dijo Raúl mientras abría grandes los brazos.
— Sí, ya sé.  Pasa que el tema es ahí abajo— le contó Damián mientras señalaba en esa dirección.
— ¿Te dejó pagando? — le preguntó el doctor con media sonrisa en la boca. A Damián de repente todo esto ya no le parecía tan buena idea como antes.
— No, nada que ver. Pasa que… es raro, diferente—
— ¿Cómo raro? ¿Me querés mostrar? —
— Y… otra no me queda— confesó resignado mientras se bajaba los pantalones.
Raúl entonces inspeccionó la zona con suma seriedad y profesionalismo, hasta que dijo:
— Está como chanfleado pa’ la derecha—
— ¡Ya sé, ya me di cuenta! — se quejó — ¿Qué puedo hacer?
—Y… —dijo Raúl, luego hizo una pausa y sonrió anticipando la pelotudez que iba a terminar diciendo— ¡Buscate una mina con el culo doblado!
Damián se vistió y se fue sin decir palabra habiendo aprendió que uno puede llegar a profesional, aun siendo un completo idiota.
Volvió a su casa, se encerró en su cuarto, lloró y se tomó una botella entera de Criadores que tenía guardada desde 1996. Durante esa noche, totalmente borracho, sintió que algo se había muerto dentro de él. Vomitó. Vomito fuerte, hasta que vio al bicho sucio, triste y sin vida flotando en el inodoro.
Al otro día se bañó, se peinó para el costado, se puso su calzón sin agujeros, su camisa buena, su colonia Paco que se había ganado en la misma kermesse donde se había sacado el whisky de la noche anterior, y se hizo a la calle.
Ella lo vio venir desde la vereda de enfrente y planeó el cachetazo. Ya no le importaba nada. Él cruzó la calle (algo que nunca antes había hecho, ya que mantenerse alejado era de vital importancia para su habitual número de gaste callejero), se acercó a paso firme, le robó ante sus narices una flor y le dijo:
— ¿Alguna vez te dijeron que tenés la cola más linda de todo el barrio? —
Le habían dicho cualquier cosa, menos eso. Ella bajó el brazo, que seguía presto para cachetear, aceptó la flor –siempre es mejor robada que comprada, solía pensar- y se fueron juntos a tomar un Fernet.

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