viernes, 16 de enero de 2015

Del Triángulo Equilátero



"Perdón, se te cayó ésto", le dice Felipe a la chica del colectivo mostrándole un papelito, justo antes de bajarse.
Él sabe que la vio por primera vez hace veinte minutos. Sabe también que no cruzaron palabra (excepto las cinco con las que empieza ésto que escribo). No sabe ni su nombre, ni su edad, ni sus gustos en la intimidad. Pero está seguro de que se enamoró.
El ritmo de sus latidos le acelera el paso mientras recorre Avenida La Plata con el celular en la mano, esperando desesperadamente que suene y que sea ella la que llama. Pero nada.
Ya en casa, revisa sin éxito el Facebook y el mail que había dejado apuntado en el mismo papelito, justo sobre el dibujo de la carita guiñando un ojo que se animó a garabatear al pie.
"¡Qué pelotudo!", dice en voz alta aunque no haya nadie para escucharlo. "¿¡Cómo le voy a dibujar una carita?!", escupe con arrepentimiento mientras hunde la cara en las manos.
Y se toma por semanas el mismo colectivo esperando encontrarla. Espera impacientemente impaciente a que suene el teléfono todos los santos días, levantando el tubo a cada rato para ver si tiene tono ,y todo tipo de pateticidades por el estilo. Pero ni señales.
Y él no sabe ni su nombre, ni su edad, ni sus gustos de la intimidad. Pero igual la llora e igual la extraña.
El lloriqueo se prolonga por un par de semanas, hasta el preciso momento en el que Felipe se sorprende a sí mismo dibujando una carita que guiña un ojo al pie de un papelito, mientras el colectivo dobla por Avenida La Plata.

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Elsa estaba preocupada. Abel estaba distante últimamente. Cuando llegaba a casa después de trabajar, decía estar cansado y se ponía a ver fútbol ucraniano. Hacía meses que no la tocaba y ella ya no sabía bien qué hacer.
Su amiga Mabel le decía que era común. Qué los tipos se hacen los sencillos, pero que en realidad son complicados.
Le recomendó que se quede tranquila y le aseguró que "ya iba a pasar".
Y ella se decía a sí misma, "Mabel es un mina con calle, Mabel sabe de éstas cosas", en un intento de manotear un poco de tranquilidad. Pero a los dos días está estaba otra vez que no podía más, entonces decidió tomar las riendas y ponerse en acción.
Se fue al Alto Palermo y se compró un conjunto de ropa interior bastante sugerente (por lo menos para sus estándares)
Apenas salió del local, se topó con un cartel enorme que reza: "Armando Manzanero en el Gran Rex. 17 de Julio. Única función". Faltaban casi tres meses, pero prefirió no pensarlo demasiado y compró dos entradas.
Su idea era sorprenderlo a la salida del trabajo, llevarlo a un hotel alojamiento, seducirlo con su lencería nueva y hacer lo que él quisiera por un turno de tres horas. Para terminar de ponerle la oblea encima al helado, tenía pensado, una vez concluido el acto amatorio, sacar de la cartera las entradas de Manzanero, produciendo réplicas del orgasmo, como si de un terremoto se tratase.
Era el plan perfecto. Elsa estaba confiadísima. Iba practicando frases chanchas (por lo menos para sus estándares) cuando, llegando a la esquina del trabajo de Abel, vio a su amiga Mabel a los besos con su esposo, que acababa de salir de la oficina.
A partir de ese momento, Elsa recuerda todo a medias. Fue corriendo enfurecida y desconsolada e interrumpió los besos con cachetazos para los dos. Les gritó, les pegó, les lloró y se desmayó.
Se despertó, más cansada de lo que nunca había estado, en una comisaría. Los otros dos estaban a unos metros de ella, sentados uno al lado del otro, luciendo con vergüenza rasguñones y moretones.
Elsa volvió a lo de su vieja y no volvió a ver a Abel nunca más.
Se hizo el 17 de Julio. Ella rondaba por la casa pensando en que se olvidaba de algo, como quien sospecha que dejó la plancha prendida y se pasa todo el día incómodo por ello, hasta que en la radio sonó Manzanero y se acordó de las entradas.
A ella no le gustaba mucho esa música, prefería algo más moderno. Pero Abel era fanático. Cuando vivían juntos, sus canciones eran lo único que sonaba en esa casa.
Los tickets estaban ahí y era una pena no usarlos. Así fue que, en un acto supremo de masoquismo, se decidió a ir al concierto ella sola.
Tenía fila dos, al medio. A las 9 en punto sonó el primer acorde de piano, como así también el primer sollozo de Elsa. Y no pudo parar más. Los plateistas a su alrededor demostraban incomodidad, naturalmente. El mismo artista estaba al tanto de la catarata de la fila dos y hasta hacía chistes al respecto.
Terminado el espectáculo, la gente enfilaba para la salida y Elsa seguía llorando, cuando un mexicano enorme se le acercó ofreciéndole una servilleta papel, que en su manota no parecía más que un copito de nieve. "Al señor Mazanero le gustaría conocerla", le dijo con un profundo bozarrón. Ella aceptó por no faltar el respeto.
Cuando Armando abrió la puerta de su camarín, la miró un rato a los ojos y después le dió un abrazo que duraría más de veinte años.


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"Has recibido una nueva solicitud de amistad", leyó Juani en la pantalla de su celular. Él no conocía a este Pablo Andrade que lo estaba tratando de contactar, pero igualmente aceptó la solicitud.
A los diez minutos, Pablo se presentó. Dijo que lo conocía de un foro de Animé y que le gustaban las mismas series, según había visto en el perfil de Juani. Pegaron buena onda al instante. Hablaban todos los días y la profundidad y el alcance de los temas que tocaban, aumentaba día a día.
"Estás de novio?", preguntó un día Pablo. "Emmmm, nop", respondió Juani, "y vos?", se animó a repreguntar. "Corté hace dos semanas", blanqueó Pablo. "Uhhh, y estás bien?", le consultó con procupación. "Seee, que se mate!. Igual era un pelotudo...".
Apenas leyó la letra "O" al final de la palabra "pelotud", se despertó la polilla que vivía en su estómago y tímidamente pegó el primer aleteo.
Lo primero que le salió fue mirar el teclado, buscando constatar cuáles eran los posibilidades de que Pablo se hubiese equivocado la "O" por la "A" al tipear. Compruébelo usted mismo, están bastante lejos!.
Un poco más seguro, pensó durante unos minutos cuál sería su respuesta y al final escribió "Je".
"No te estás viendo con nadie?, estás sólo sólo?", insistió Pablo. "Hay un chico que me gusta...", respondió Juani queriendo dejar en claro que estaban en la misma página, e inmediatamente escribió: "Che, me tengo que ir a estudiar. Mañana rindo Sociedad y Estado. Es la última que me queda del CBC. Deseame suerte!", y se desconectó. Era verdad que tenía que estudiar, pero aunque intentó, no pudo. Se la pasó recreando charlas con Pablo en su cabeza, e inventando otras en las que al final, lo invitaba a salir.
No tuvo que esperar demasiado. Cuando volvió al ciberespacio, vio que tenía un mensaje de Pablo que decía: "Che, ya que nos llevamos tan bien y emmmmm "nos gustan las mismas cosas", te coparía que nos veamos?".
Quedaron en la puerta del zoológico, el Viernes a las seis.
El día señalado, Juani se tiñó el jopo de violeta, se vistió de negro y se calzó las tachas, le pidió plata a su mamá y fue al encuentro de Pablo con los auriculares puestos y la polilla revoloteando.
Se tomó la linea D y se bajó en Plaza Italia. Cruzó Santa Fe y llegó al lugar acordado un rato antes de lo previsto.
Pablo le había avisado que iba a ir vestido con una remera de Motorhead, cosa de facilitar el encuentro, entonces Juani miraba para todos lados, buscando remeras negras, hasta que vio una a lo lejos. La persona que la vestía iba de acompañante en una moto y llevaba un balde en las manos. "Ése no es", se dijo. Pero cuando la moto estuvo un poco más cerca, vio que la remera negra también tenía el logo de Motorhead. Agudizó la vista, frunciendo el entrecejo, intentando ver la cara del sujeto y ahí se dio cuenta de todo.
El que venía de acompañante en esa moto con un balde en la mano, la remera de Motorhead y la sonrisa más hija de puta del mundo en su cara, era Jorge Ormaechea.
Jorgito, compañero de la escuela secundaria, era el principal culpable de haber convertido esos aún frescos 5 años vividos en el Sagrado Corazón de Jesús, en el período más amargo y asqueroso de sus incipientes 19 años.
Es que no lo dejó en paz en ningún momento. Fueron quince trimestres ininterrumpidos de humillaciones, golpizas, burlas con su sexualidad (y demás cosas) que se sucedían día tras día e iban tejiendo un capullo del que no había podido salir aún a más de un año de la tan ansiada graduación.
Pensó que no vería nunca más a Jorge. Pero ahí venía a toda velocidad, con un balde en la mano y la misma puta sonrisa de los dieciséis. Juani intentó esquivar el baldaso, pero Jorge fue más rápido, como siempre, y le vació el contenido (pis, aceite, escupida, salsa de tomate y vaya uno a saber qué más) directamente en el jopo, empapándolo de porquería de pies a cabeza.Y ahí se quedó durante unos segundos, quieto, mirando el piso, mientras escuchaba las carcajadas filosas de Ormaechea, espolvoreadas con algún "¡Maraca!" o algún "¡Putazo!" aquí y allá.
Él, nuevamente, no lloró. Nunca le quiso dar esa satisfacción a Jorge. Se volvió caminando a su casa, a su cuarto, donde se encerró las siguientes tres semanas.Hasta que un día, en Facebook un compañero de colegio escribió: "Chicos, Jorgito Ormaechea tuvo un accidente con la moto. Está bastante delicado. Si quieren visitarlo, está internado en el Gutierrez".
Juani se tiñó el jopo de violeta, se vistió de negro, se calzó las tachas, le pidió plata a su vieja y, sin saber bien el porqué, salió para el Gutierrez.
Preguntó en la recepción en qué habitación estaba y fue hacia allí.
Ormaechea estaba inmovilizado de pies a cabeza, pero lo seguía a su paso con la mirada. Junto a su cama, había un chico sentado. Cuando se paró para saludar a Juani, algo le llamo inmediatamente la atención. Del respaldo de la silla colgaba una mochila. En una de las tiras de la mochila, brillaba un pin de Sailor Venus, de la serie Sailor Moon.
"Hola, soy el hermano, Luis Ormaechea, mucho gusto", se presentó y luego extendió la mano para que se la estrecharan.
Juani hizo esto último, pero inmediatamente tiró de esa mano y en un hollywoodezco movimiento lo besó apasionada y humedamente ante los ojos de Jorgito. Y Luis no se resistió, más bien todo lo contrario.


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