viernes, 9 de octubre de 2015

Todo gordo y marrón, shí.


 
 
Caminás por la calle. Estás yendo a despedirte de tu perro, a verlo por última vez. Estás yendo a despedirte de alguien que va a morir porque vos y tu familia decidieron que es el momento de que así sea. Pensás qué decirle, tenés frío, hace frío y no se te ocurre qué decirle. El hijo de puta interno te dice que es un perro y que no te entiende, que no vale la pena romperse la cabeza. Pero dudás. Dudás porque querés dudar. Dudás porque sabés que es más que un perro. Dudás porque sabés que es mucho más que un perro. Seguís pensando y tenés frio. Tenés cinco mil cuatrocientas camperas en la mochila, pero no te abrigás. No sabés porque, pero preferís no abrigarte. Caminás lento, no querés llegar. Se levanta un viento, tenés frío. Te preguntás si están haciendo lo correcto. Te hacés la misma pregunta que te hiciste mil veces en estos días. No encontrás respuesta. No hay manera de saberlo. Faltan tres cuadras, cada vez hace más frío. Querés fumar, pero sabés que no conviene. No te importa qué es lo que conviene, pero no hay tiempo para perder en esas cosas. Estás apurado. Estás apurado por llegar, pero no querés llegar porque ahora tenés perro.  Después no. Va a llegar la hora prevista y no vas a tener más perro. Va a llegar la hora prevista y lo van a sedar. Y después le van a mandar un suero que tiene algo adentro que mata. Y después va a venir una camioneta y se lo van a llevar y lo van a meter en un horno. Lo que quedé de ese infierno controlado lo van a meter en una caja y te lo van a llevar a tu casa. Yo lo sé porque ya tengo de esas. Están en la casa de Mamá. No sé bien dónde, pero están. Hace frío, no se te ocurre nada que decirle a tu perro. Empezás a considerar que es buena la idea de decirle lo primero que te venga a la mente. No sabés cómo va a ser. No sabés con qué te vas a encontrar exactamente. Te lo imaginás, pero no sabés. No sabés una mierda. Ni de eso ni de nada. Llegás a lo de tu Mamá, abrís la puerta y ahí está tiradito tu perro. No se puede parar, tiene las patas muy jodidas y hace poco le encontraron un tumor. Te mueve un poco la cola y levanta un poco la cabeza. Te acercás rápido porque no querés que haga esfuerzo. Ahí está tu Mamá, montando guardia desde vaya uno a saber cuándo. Ella te pregunta si tenés frío, le decís que  no. Te sentás al lado de tu perro y lo acariciás, nunca habías visto el tumor. Te toma por sorpresa, tiene un bulto semipelado en una pata. De las cuatro que una vez tuvo, ahora le queda una sola. Puede confiar en una sola y hasta ahí nomás. Las canas hace tiempo que las tiene, es un perro viejo. Sabés que tuviste catorce años para encariñarte y no malgastaste el tiempo. Seguro que hay miles de recuerdos preciosos, pero ahora no. Ahora no. Le tocás las patas chuecas. Le acariciás la cabeza, él te mira con ojos cansados. Tu vieja te pregunta en qué pensas. Le devolvés un “qué se yo”. Le pedís que te dejen un rato a solas con tu perro.  Ella se va a la cocina. Le hablás, le decís que lo querés. ¿Qué mierda le vas a decir? Le decís que no sabés si están haciendo lo correcto. Le decís que no querés que sufra. Le contás que te ayudó a crecer. Le contás que, junto con todas las otras cajitas que están por ahí guardadas en lo de tu Mamá, te enseñó a querer. Le decís que es parte de tu identidad. Le decís que sos “el tipo que pone voz de idiota y  tiene conversaciones con cada animal que se le pasa por adelante” gracias a él. Le decís que tus amigos dicen que es “el perro más querido del grupo”. Le decís que cada cinco minutos están diciendo la frase que titula esto que estoy escribiendo y le contás que fue por él que la inventaste y que prendió y la dicen siempre. Le pedís perdón si es que alguna vez le hiciste mal. Le das mil besos en la trompa y te vas. Pero antes de irte tenés el impulso de ver la tortuga muerta que tenés arriba del mueble. La misma de la que ya hablé hace unos días. Eso hago. Ahí está, todavía muerta. No esperaba nada diferente, pero ¿qué se yo? Le doy un último beso y me voy sin mirar atrás a propósito. Hace frío. Pienso en que estamos toda la vida tratando de esquivar a la muerte y ni siquiera sabemos qué es, qué significa. La tomamos como antónimo de la palabra vida y en realidad es lo que define a la vida como tal. Divago. Quiero fumar, pero no fumo. Tengo frío pero no me abrigo. Ahora sí sé por qué es que no me abrigo y es porque sospecho que hoy, ahora, en este momento no me lo merezco. Hoy frio. Hoy tiene que ser frío. Camino hacia mi casa. Pienso en lo importante que fueron para mí todos mis bichos. Le doy vueltas a la idea de que lo único que uno busca todo el tiempo con todo lo que hace es ser importante para alguien y que ese alguien te demuestre que  de verdad lo fuiste. Hoy, por lo menos hoy, pienso que ESE es el sentido de la vida. El sentido de la muerte nadie lo sabe y eso es lo que la hace la verdad más violenta de las verdades. Caminás otro rato, ya estás llegando. Pensás que a pesar de todo, valió la pena. Otra vez valió la pena. Tenés muy claro que se te van a seguir muriendo y vas a seguir adoptando y que vas a seguir llenando tu vida de eso que nada ni nadie más te puede dar y que es uno de los amores más de verdad que has llegado a sentir. Ahí empezás a sentir el nudo en la garganta. Falta una cuadra. Te decís “dale que ya estamos, aguantá un cacho más”. Y no aguantás nada. Llorás en la calle por primera vez en 20 años o más. La señora de la vuelta te saluda y se da cuenta. Caminás rápido. Esquivás al encargado. Te ves todo rojo en el espejo del ascensor. Abrís la puerta de tu departamento. Ahí están tus gatos. Llorás más fuerte.  Te miran, te escuchan,  no entienden nada. No querés explicarles. No podés explicarles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario